29 de agosto de 2010

El PRI al ataque, el PRD en repliegue || Pablo Gómez

No fue poca cosa lo que hizo el PRI en 2006. Ante la mínima diferencia posible en una elección presidencial —medio punto porcentual—, el partido campeón mundial en fraudes electorales del siglo XX rehusó apoyar la exigencia del recuento de todas las casillas y recibió con los brazos abiertos al proclamado candidato ganador. Esto se debió a que el otrora partidazo estaba en tercer lugar en las cifras oficiales y una parte de sí mismo había votado por Calderón para tratar de evitar, de tal forma, el triunfo de la izquierda y el arribo de López Obrador: las derechas no suelen equivocarse en estas materias. Durante los siguientes tres años, la oposición priista fue de terciopelo. Casi todos los deseos del Ejecutivo panista fueron concedidos, incluyendo el maldito aumento de impuestos cuando la gente la pasaba peor. ¿Por qué?

La respuesta es sencilla. No existe una diferencia sustancial entre el PRI y el PAN. Son ahora como dos partidos en convergencia histórica. Durante décadas el PAN fue la oposición leal, aunque entonces tenía mayores argumentos para combatir al régimen político jamás rompió con el gobierno ni nada por el estilo. En 1988 llegó al ridículo cuando denunció el fraude electoral del PRI y, al mismo tiempo, declaró que su candidato no había ganado, pero se negó a indicar quien era el triunfador de la contienda, porque ése era de izquierda, mil veces peor para los panistas que cualquier priista y más todavía cuando Salinas era de clara tendencia neoliberal. Así empezó lo del triunfo moral del PAN hasta llegar al 2006 en que el PRI ya no quería queso sino evitar la ratonera.

Ahora las cosas han cambiado porque el PAN —siguiendo a su antiguo rival amoroso— está dispuesto a enseñar los dientes para enfrentarse al PRI en 2012, porque el partidazo aprovecha el fracaso de Calderón para retomar los tiempos idos, pero no para aplicar un programa diferente al del PAN, sino sencillamente para dar al país una deseada alternancia.

El PRI anuncia así su deseo de pasar a la oposición, la cual no será de seguro con credenciales diferentes a las exhibidas por más de diez años de panismo sin gloria alguna. Es por esto que el problema no es la perspectiva de la alternancia política para seguir más o menos en lo mismo, sino el papel que juega la izquierda como portadora de un verdadero cambio. Ante la ausencia de un PRD con propuesta política propia, el PRI se enseñorea como la oposición sin serlo en el fondo. Este fenómeno se mostrará en todo su esplendor en tanto el PRD no procure un cambio de sí mismo. El asunto no consiste tanto en la unidad de las izquierdas, sino en el contenido de la acción política, como ya se advierte cuando la dirección perredista no hace otra cosa que buscar alianzas con el PAN para combatir al PRI, en lugar de luchar contra la derecha que lo mismo anida en uno que en el otro.

De lo anterior se desprende la importancia de la propuesta política presentada por López Obrador que no otorga demasiadas concesiones a las derechas en general ni pretende sumarse a esa confusión de que el PAN es inepto y el PRI es apto, sin decir para qué lo son el uno y el otro. Los priistas no harían una nueva política social y ni siquiera buscarían un pequeño cambio en el patrón de distribución del ingreso. Hay que recordar que el Fobaproa fue un hijo del acuerdo del PAN con Zedillo cuando Calderón era presidente de su partido.

El PRI se lanza, así, al ataque sin ofrecer algo diferente y mejor. La dirección del PRD practica frente a eso un oportunismo devastador.

pgomez@milenio.com

 

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