15 de noviembre de 2009

El ídolo de las calles - Portarretrato [Riva Palacio]


Portarretrato
Raymundo Riva Palacio


Si hay alguien políticamente incorrecto en la muy incorrecta política mexicana, ese es Gerardo Fernández Noroña. El primero en hacerle la vida miserable a Felipe Calderón. El primero en embestir a la policía federal para provocarlos. El primero en tomar la tribuna parlamentaria. El primero en hacer que cualquier secretario de Estado que vaya a comparecer al Congreso, tenga que amarrarse el estómago y congelar su hígado. El primero en todo aquello que sacude al poder establecido y enerva a las buenas conciencias.

Fernández Noroña es quien hace preguntas complicadas, quien rebasa verbalmente los límites de la civilidad. ¿Me puede informar qué hace Calderón en las tardes?, disparó al secretario de Gobernación con una jiribilla mortal cuando volaban los rumores sobre el porqué el Presidente nunca tenía agenda pública vespertina. “Entregó el cuerpo a cambio de un huesito”, insultó a Ruth Zavaleta, cuando era presidente del Congreso y en ese entonces su correligionaria de partido, por haber establecido diálogo con el gobierno federal. Se enfrenta con quien sea, incluidas las celebridades del star system de los medios de comunicación, sin importarle en absoluto que la cobertura sobre de él sea siempre negativa, para los estándares de ese poder establecido y esas buenas conciencias.

Pero quien piense que Fernández Noroña es una bala perdida, un troglodita, un porro o un golpista como abrumadoramente lo han llamado, comete un error. Para una gran mayoría de mexicanos, esos calificativos pronunciados como epítetos, son quizá hasta pocos para los que muchos que quisieran gritarle. Pero para un segmento de la población que se mide en seis por ciento del electorado nacional, calculando 500 mil personas por cada punto porcentual de votos que tuvo el PT en la última elección federal, es el escudero más fiel que tiene el ex candidato a la Presidencia, y la voz más sonora, más admirada y más seguida de la izquierda social que ve en las calles y en el estiramiento de las ligas legales al punto casi de romperlas, su método más eficiente de hacer política.

Su actitud belicosa ha opacado a todo el PT en su conjunto. Diputados petistas exquisitos como Porfirio Muñoz Ledo y Jaime Cárdenas, han sido opacados, pese a la grandilocuencia retórica del primero, y a la beligerancia jurídica experimentada del segundo. Su coordinador en la Cámara de Diputados es tan desconocido e inútil, que ni siquiera vale la pena mencionarlo. Todos ellos existen como actores de reparto cuando Fernández Noroña se posesiona del escenario, en la calle, en el salón de sesiones de San Lázaro, en donde sea. Se ha convertido en la marca de la rebelión de los inconformes.

A diferencia de otros políticos que se han resguardecido en López Obrador para jalar popularidad y reconocimiento, Fernández Noroña, que no hace nada que no vaya de acuerdo con el imaginario de su líder político y moral Andrés Manuel, tiene luz propia. En buena parte se origina en la congruencia que ha tenido este michoacano –como Calderón-, que nació en 1961 y lleva un cuarto de siglo de ser y hacer lo que hoy es y hace. Cuando él comenzó a agitar conciencias en 1983, al oponerse a que el IMSS –su primer trabajo- vendiera unidades habitacionales al sector privado, prácticamente todos los que ahora van de la mano con él, no existían como oposicionistas. En ese año López Obrador era un operador político en Tabasco que quería ser alcalde de su natal Macuspana. Muñoz Ledo seguía queriendo ganar la candidatura presidencial por el PRI.

Fernández Noroña, que de profesión es sociólogo, ya estaba en lo suyo. Cuando la crisis financiera por el llamado “error de diciembre”, creó en 1995 la Asamblea Ciudadana de los Deudores de la Banca, a través del cual se vinculó a El Barzón, un movimiento similar pero de agricultores. Inquieto desde siempre, había ingresado al Partido Mexicano Socialista, que nació del viejo Partido Comunista, que evolucionó años después en el PRD.

Quiso establecer relaciones con grupos guerrilleros, pero nunca fructificaron sus esfuerzos. No obstante, hizo colectas para enviar víveres y dinero al EZLN. El PRD lo nombró su enlace con el Consejo General de Huelga de la UNAM, el movimiento Frente Popular Francisco Villa –que es un grupo de choque controlado por una de las tribus perredistas-, y con las “Panteras”, que fue la organización de taxis piratas que se crearon como una clientela electoral que apoyara el ascenso político de López Obrador.

Como cuadro perredista, encabezó una serie de protestas contra el entonces presidente Ernesto Zedillo, que enfrentó el estallido de esa crisis antes de cumplir un mes en el poder, y fue tan virulenta su acción que el Estado Mayor Presidencial lo mandó a la cárcel. El entonces líder nacional del PRD, Andrés Manuel López Obrador, ordenó que pagaran su fianza para que saliera a los pocos días de la cárcel. Desde entonces estuvo con él, y se mantuvo cerca del grupo que más apoyo le dio en la ciudad de México, Izquierda Democrática Nacional, que dirigían René Bejarano y su esposa Dolores Padierna.

Cuando López Obrador perdió (sic) la elección, fue él quien lo siguió ciegamente y se convirtió en el hombre de choque, enfrentado permanentemente con la policía y los militares, al convertirse en sobre de Calderón, como Presidente electo y como Presidente, una actitud que fue de meses, donde Fernández Noroña mostró la fortaleza y convicción contestataria que muchos lópezobradoristas, incluido Andrés Manuel, no mostraron en las calles.

Hoy, Fernández Noroña es la extensión belicosa y callejera de López Obrador. Es el ideal del tabasqueño. Tan bronco cuando se requiere tomar la tribuna para mostrar una posición, tan articulado en su discurso y cuestionamiento cuando de acorralar retóricamente a cualquiera. López Obrador no había tenido un producto tan completo a su servicio. Al mismo tiempo, nadie que pudiera ser un líder de la izquierda de las calles que pueda despertar las simpatías de ese seis por ciento del electorado, muy pequeño en el contexto de la política institucional, pero enorme si el camino está trazado sobre el fino filo de la navaja legal.