28 de febrero de 2010

Las bodas de la semejanza III y último

El martes 27 de marzo de 2007, las agencias internacionales de prensa dieron a conocer el elevado número de bebés abandonados y muertos en los últimos diez años por madres o padres desesperados en la Unión Europea. Es decir: en una de las zonas del planeta donde el proceso civilizatorio se ha cumplido, al parecer, con toda puntualidad.

En Alemania y en Holanda se debate sobre los métodos más adecuados para salirle al paso al conflicto. El debate tiene dos sentidos: proponerse salvar las vidas de los bebés y tender la mano a la madres que se ven impulsadas a la perturbadora decisión de abandonar a sus hijos recién nacidos.

Al comenzar el siglo XXI, los históricos estantes públicos de los conventos donde los hijos del pecado se entregaban en manos de las monjas se encuentran a punto de abrise otra vez de la noche a la mañana. En cuatro hospitales de Berlín, por ejemplo, funcionan desde el año de 2001 los estantes públicos donde, según la ministra de Salud de la capital alemana, se habían entregado 162 bebés el año de 2008. Sin embargo, no todos los bebés tuvieron esa suerte. En los últimos meses de 2008 se repitieron los casos de bebés abandonados por sus padres. En octubre, a uno lo tiraron en una bolsa desde un décimo piso en Hamburgo. Una madre que vivía en Frankfurt del Óder confesó haber matado a nueve bebés entre 1988 y 1999. Se estima que, sólo en Alemania y en Holanda, cada año las madres abandonan en basureros, paradas de autobús o al borde de una banqueta entre 30 y 160 bebés.

En La misericordia ajena (The Kindness of Strangers, 1988), John Boswell ha reconstruido la historia del abandono y la muerte de los bebés y los niños desde la antigüedad clásica hasta la Edad Media en la civilización occidental. El Derecho Romano discutía así la adopción como el único antídoto contra el veneno del abandono: la adopción de los alieni iuris significaba extinguir la patria potestad de origen para crear la de los padres adoptivos, que preparaban la ejecución de dos operaciones: una, la de rompimiento de la autoridad del paterfamilias bajo el cual estaba el hijo que iba a ser adoptado; y dos, la de hacer pasar ese hijo a la patria potestad de los padres adoptivos. Para lo primero, de acuerdo con la Ley de las Doce Tablas, operaba la mancipación del hijo por tres veces, con las cuales el hijo quedaba in mancipio en casa de los padres adoptivos; y, para lo segundo, es decir, para que los padres adoptivos adquirieran la patria potestad sobre el mancipado, tenía a su vez que mancipar al futuro hijo adoptado del padre natural para luego recurrir a un juicio ficticio, en cuyo trámite se alegaba ante el magistrado contar con la autoridad paterna, alegato que, al no ser desmentido por el padre natural, resultaba admitido.

En Un cuento de invierno, William Shakespeare nos refiere el destino de los niños bastardos por la voz de Leontes: Así pues te ordeno, por tu deber de vasallo, que saques de aquí a esta niña bastarda y la transportes a algún lugar lejano, fuera por completo de nuestros dominios, y que allí la abandones, sin más piedad, a su propia protección y a la clemencia del clima. Como la bastarda nos ha venido por extraña suerte, te mando, en nombre de la justicia, bajo pena de peligro de tu alma, y de tormento de tu cuerpo, que la entregues a la suerte de algún lugar extraño donde el azar pueda nutrirla o matarla. Llévate a esa bastarda.

Si en el año 2008 se recogieron 162 bebés en Alemania, uno de los buques insignia de la racional civilización capitalista, ¿puede uno imaginarse la cantidad de niños abandonados y muertos a partir del siglo XVIII? La demografía del abandono: “Los registros del siglo XVIII, como se ha observado, sugieren que, en los medios urbanos, eran abandonados entre el diez y el cuarenta por ciento de los niños y que, por incompletas que sean estas indicaciones –escribe Boswell– vale la pena considerarlas como punto de referencia en ausencia de cualquier dato comparable de períodos anteriores”. Pero el enorme impacto de factores locales y temporales sobre todo el carácter de la vida familiar y su reproducción deberían hacerle a uno prudente a la hora de hacer extrapolaciones a partir de éstos, sobre todo porque en la sociedad antigua y en la medieval las casas de expósitos, por ejemplo, a las que estaban destinadas la gran mayoría de los niños abandonados en el siglo XVIII, no se conocían en la antigüedad ni en la mayor parte del mundo medieval.

Boswell rescató documentos de los primeros siglos de nuestra época cuyos textos resultan increíbles. Por ejemplo, al parecer la venta de niños y jóvenes era una moneda usual en la Italia del siglo VI y no se limitaba a los casos de la miseria de los padres. En una carta de la segunda mitad del siglo, Casiodoro, quien había sido gobernador de la región –narra Boswell– describe la riqueza y magnificencia de Lucania, en el sur de Italia, donde en una gran feria, los campesinos vendían a sus hijos en el mercado: “Hay expuestos muchachos y muchachas, clasificados por edad y sexo, en venta no como fruto del cautiverio –escribía Casiodoro–, sino de la libertad. Sus padres los venden, naturalmente como si fuese un mérito, porque se aprovechan de su servidumbre. Y, en verdad, los niños están en mejores condiciones viviendo como esclavos si por esta vía se les transfiere del trabajo el campo al trabajo doméstico de la ciudad”.

La adopción fue siempre un factor insuficiente ante el oceáno del abandono. Boswell nos cuenta: “Aunque el abandono de los niños formaba parte de la letanía normal de las depravaciones romanas, yo tenía entendido que se les dejaba morir en las faldas de las colinas. Nunca imaginé que fuera una práctica extendida o común y, por cierto, no había pensado que los mismos cristianos abandonaran a sus pequeños (…) Hace mucho que los historiadores se han acostumbrado a jugar el papel de paleontólogos. En la reconstrucción de esta historia lo que falta es la carne de mi carne en su sentido más literal de la palabra. Los restos fósiles de las poblaciones antiguas y medievales son casi exclusivamente de adultos; los niños dejan huellas demasiado frágiles para sobrevivir o no dejan huella alguna.”

Ante esta historia de horror que fue el abandono y la muerte de los bebés y los niños a lo largo de por lo menos cuatrocientos años, ¿tiene algún sentido discutir hoy la adopción de las parejas gay? O es que vamos a creer que las adopciones de los gay no son sino una fábrica permanente de seres humanos degenerados que más temprano que tarde se convertirán en una suerte de mutantes para peligro de nuestra sociedad?
Así las cosas, por su vida y su obra John Boswell es el cartógrafo que nos descubre los archipiélagos desconocidos de nuestra historia y de nuestra conciencia.