2 de marzo de 2010
“¿ESTÁ USTED LOCO, SENADOR?” | Ricardo Monreal Ávila
Me abordó al salir del restaurante, la semana pasada. Se presentó y me dio una tarjeta con sus datos personales. Me dijo que era un empresario de la comarca lagunera. Por los apellidos lo ubiqué de inmediato. Había invertido en la industria de la construcción en Zacatecas, en la época que fui gobernador. Pero el motivo por el que se acercaba era otro. Había leído unas semanas atrás una de mis colaboraciones con el tema de la inseguridad y la estrategia fallida en la guerra contra el crimen. Me confesó, entonces, su experiencia personal:
“En los primeros días de noviembre recibí una llamada en mi teléfono particular. – Estás en tu oficina del hotel? Le preguntaba su desconocido interlocutor, desde un número no identificado. –No, estoy fuera, en otra oficina. –Háblale a tu gerente, díle que se asome por la recepción y que te lea el fax que acabamos de enviar; te hablo en 10 minutos”.
Así lo hizo. Buscó al gerente y con el celular en la mano éste le fue describiendo lo que veía: 8 camionetas marcas suburban, equinox y durango, de modelo reciente, sin placas de circulación, rodeaban el inmueble. En su interior, de cuatro a cinco hombres por vehículo, con armas largas, vestidos de negro y gorras del mismo color, ostentaban su armamento. Preguntó entonces por el fax: eran las copias de sus cinco últimas declaraciones fiscales, con el sello de la oficina regional de Hacienda, una relación de las propiedades a su nombre verificadas en la oficina del registro público de la propiedad, y una copia del último estado de cuenta bancario donde suele hacer el mayor número de movimientos de su gasto corriente.
De manera puntual recibió la segunda llamada: “Cómo viste? No te ha ido nada mal en la vida, verdad? Te estamos planteando un contrato, un acuerdo, una paga de protección para tus negocios: 60 mil dólares mensuales. Nadie te molestará. Te garantizamos que no tendrás ningún problema con Hacienda, con la policía ni con la prensa (sic). Piénsalo y te hablo en 15 minutos”.
La tercera llamada fue para negociar la cuota de protección. Quedó en 40 mil dólares mensuales. Ha pagado ya dos meses. “¿Denunció ante alguna procuraduría?”, le pregunté con gran ingenuidad. “¿Está usted loco, senador? Si ya están metidos en Hacienda, en los bancos y en la prensa, mucho más están en las policías… A ver, si usted y yo nos paseamos ahorita con un rifle por la calle, ¿qué nos pasaría? A ellos no les hacen nada, porque ellos ya son gobierno”.
Me dijo que seguirá pagando la cuota “mientras vendo mis empresas y me voy del país con mi familia”. Para finalizar, le pregunté qué pensaba de la propaganda del gobierno y sus corifeos oficiosos que afirman ir ganando la guerra contra el crimen. Me respondió con la seña más popular de la picardía mexicana, esa que manda por un tubo todo lo que huela a gobierno, a política y a demagogia.
Me animo a contar esta anécdota después de leer la entrevista publicada el fin de semana con Edgardo Buscaglia, especialista en crimen organizado, consultor de la ONU y académico de la Universidad de Columbia y del ITAM: “el monstruo de la delincuencia organizada que ha generado enormes flujos de recursos financieros y patrimoniales hacia sectores legales de la economía en Rusia, Colombia y hoy en México, es el producto, el hijo de la élite empresarial y política mexicana. Cuando ese monstruo que ellos han creado se los comienza a comer a ellos, como sucedió en Colombia, Rusia, Jordania, esa élite va llegando a un punto de hartazgo, porque ese monstruo les está secuestrando y violando a sus hijas, a sus señoreas, les está depreciando su patrimonio. Llega un punto colectivo de hartazgo y la élite comienza a reaccionar y esa élite demanda el efecto Putin o el efecto Uribe. Uribe y Putin son consecuencia de una élite empresarial y política que generó un monstruo, disfrutó la fiesta, hasta que la fiesta comenzó a comérselos a ellos. Fue entonces que demandaron un nuevo régimen para poder ponerle límites… México está lejos de llegar a ese punto. Hasta que la élite empresarial y política que se ha beneficiado del sistema se dé cuenta que ese monstruo que crearon se los va a devorar, es entonces cuando van a formar parte de la solución” (El Universal, 27 febrero, p.A6).
Hay regiones completas del país, especialmente en el norte y en las franjas fronterizas, donde la élite empresarial es ya el principal objetivo de la delincuencia organizada. Unos prefieren huir de México. Otros, armar grupos rudos de limpieza al estilo de San Pedro Garza García. La mayoría, sin embargo, espera en el 2012 al Putin mexicano, esa mezcla de policía y político del viejo régimen que regresa a poner orden (miembro de la generación del “ya basta!”). Es el punto en el que Behemot se enfrenta al Leviatán y lo desplaza. Ojalá esta fuera la anécdota aislada de un Estado fallido. Es algo más delicado: es la crónica anunciada de un Estado desfallecido, vencido, desaparecido.
ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx
“En los primeros días de noviembre recibí una llamada en mi teléfono particular. – Estás en tu oficina del hotel? Le preguntaba su desconocido interlocutor, desde un número no identificado. –No, estoy fuera, en otra oficina. –Háblale a tu gerente, díle que se asome por la recepción y que te lea el fax que acabamos de enviar; te hablo en 10 minutos”.
Así lo hizo. Buscó al gerente y con el celular en la mano éste le fue describiendo lo que veía: 8 camionetas marcas suburban, equinox y durango, de modelo reciente, sin placas de circulación, rodeaban el inmueble. En su interior, de cuatro a cinco hombres por vehículo, con armas largas, vestidos de negro y gorras del mismo color, ostentaban su armamento. Preguntó entonces por el fax: eran las copias de sus cinco últimas declaraciones fiscales, con el sello de la oficina regional de Hacienda, una relación de las propiedades a su nombre verificadas en la oficina del registro público de la propiedad, y una copia del último estado de cuenta bancario donde suele hacer el mayor número de movimientos de su gasto corriente.
De manera puntual recibió la segunda llamada: “Cómo viste? No te ha ido nada mal en la vida, verdad? Te estamos planteando un contrato, un acuerdo, una paga de protección para tus negocios: 60 mil dólares mensuales. Nadie te molestará. Te garantizamos que no tendrás ningún problema con Hacienda, con la policía ni con la prensa (sic). Piénsalo y te hablo en 15 minutos”.
La tercera llamada fue para negociar la cuota de protección. Quedó en 40 mil dólares mensuales. Ha pagado ya dos meses. “¿Denunció ante alguna procuraduría?”, le pregunté con gran ingenuidad. “¿Está usted loco, senador? Si ya están metidos en Hacienda, en los bancos y en la prensa, mucho más están en las policías… A ver, si usted y yo nos paseamos ahorita con un rifle por la calle, ¿qué nos pasaría? A ellos no les hacen nada, porque ellos ya son gobierno”.
Me dijo que seguirá pagando la cuota “mientras vendo mis empresas y me voy del país con mi familia”. Para finalizar, le pregunté qué pensaba de la propaganda del gobierno y sus corifeos oficiosos que afirman ir ganando la guerra contra el crimen. Me respondió con la seña más popular de la picardía mexicana, esa que manda por un tubo todo lo que huela a gobierno, a política y a demagogia.
Me animo a contar esta anécdota después de leer la entrevista publicada el fin de semana con Edgardo Buscaglia, especialista en crimen organizado, consultor de la ONU y académico de la Universidad de Columbia y del ITAM: “el monstruo de la delincuencia organizada que ha generado enormes flujos de recursos financieros y patrimoniales hacia sectores legales de la economía en Rusia, Colombia y hoy en México, es el producto, el hijo de la élite empresarial y política mexicana. Cuando ese monstruo que ellos han creado se los comienza a comer a ellos, como sucedió en Colombia, Rusia, Jordania, esa élite va llegando a un punto de hartazgo, porque ese monstruo les está secuestrando y violando a sus hijas, a sus señoreas, les está depreciando su patrimonio. Llega un punto colectivo de hartazgo y la élite comienza a reaccionar y esa élite demanda el efecto Putin o el efecto Uribe. Uribe y Putin son consecuencia de una élite empresarial y política que generó un monstruo, disfrutó la fiesta, hasta que la fiesta comenzó a comérselos a ellos. Fue entonces que demandaron un nuevo régimen para poder ponerle límites… México está lejos de llegar a ese punto. Hasta que la élite empresarial y política que se ha beneficiado del sistema se dé cuenta que ese monstruo que crearon se los va a devorar, es entonces cuando van a formar parte de la solución” (El Universal, 27 febrero, p.A6).
Hay regiones completas del país, especialmente en el norte y en las franjas fronterizas, donde la élite empresarial es ya el principal objetivo de la delincuencia organizada. Unos prefieren huir de México. Otros, armar grupos rudos de limpieza al estilo de San Pedro Garza García. La mayoría, sin embargo, espera en el 2012 al Putin mexicano, esa mezcla de policía y político del viejo régimen que regresa a poner orden (miembro de la generación del “ya basta!”). Es el punto en el que Behemot se enfrenta al Leviatán y lo desplaza. Ojalá esta fuera la anécdota aislada de un Estado fallido. Es algo más delicado: es la crónica anunciada de un Estado desfallecido, vencido, desaparecido.
ricardo_monreal_avila@yahoo.com.mx
TAG: Camara de Senadores, DIA, PT
Entrevista Enrique Alfaro Alcalde de Tlajomuico de Zuñiga Jalisco
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