22 de abril de 2010

Competitividad, antivalor pernicioso || Esteban Garaiz

La competitividad es un instinto estacional de los machos en celo. Tiene su razón de ser en las especies animales, para favorecer la pervivencia de los mejor dotados. En la convivencia humana debe tener un espacio reducido y reglamentado, dado que resulta proclive a las malas jugadas.

Desde la antigüedad, en las diversas culturas, ha tenido un provechoso encauzamiento en el deporte; y todos los deportes tienen reglas y sanciones establecidas para quien las infrinja. En el mercado, es legítimo que quien ofrezca mejor calidad y precio, venda más y más pronto. Pero el mercado, igual que el deporte, también requiere de reglas. No se puede dejar hacer y dejar pasar al más abusivo. Debe prevalecer el bien de todos.

En la convivencia social civilizada, la competitividad es un claro antivalor, que se contrapone a la solidaridad. Tenemos 28 años en los cuales la idea de competitividad, aplicada confusa e indiscriminadamente a la economía, al deporte y a la convivencia social, nos ha llevado en el caso de México a destruir la solidaridad, que era uno de los rasgos esenciales de nuestra cultura: (el muégano, que ha salvado tantas familias en época de crisis y de desempleo).

Uno de los más severos daños al mundo ocasionados por el neoliberalismo ha sido precisamente el indoctrinamiento, planteando la competitividad como valor supremo.

Se ha llegado incluso a que, en ese ambiente competitivo, alumnos universitarios han acudido a la biblioteca a cambiar los libros de su lugar en los estantes, para que sus compañeros de clase, a los que se considera competencia en la calificación, no puedan encontrarlos y consultarlos. Malas artes, que se contraponen a la solidaridad entre compañeros de clase.

Malas artes que vemos también en el mercado: por ejemplo en la competencia desleal entre refresqueras, que condicionan el surtido a las tienditas siempre y cuando no vendan de la otra marca; o peor aun: poniendo cucarachas en los refrescos de la competencia. Ya no digamos los grandes retruécanos financieros, que hundieron la economía productiva en todo el mundo, y provocaron la crisis de la cual todavía no salimos.

Ahora que mediáticamente, y también precipitadamente, el gobierno federal envía una iniciativa para combatir monopolios (creados desde el propio gobierno), nada importante se dice de duopolios, que destruyen la verdadera competencia democrática, y eliminan la pluralidad informativa.

La competitividad empresarial es un concepto claramente diferenciado de la eficacia. Con la prueba Enlace, en el ámbito educativo, el propio gobierno está pervirtiendo, a través de la competitividad, la educación pública, que es un derecho universal, y debe ser de excelencia. La educación eficaz no tiene por qué ser competitiva. Tiene que ser autosuperada, según las variables nacionales.

Queremos vivir en paz y armonía; no pelear por la carroña en una sociedad de familias sin ingresos. Si la economía mexicana ha perdido competitividad en los términos del neoclasicismo internacional, es precisamente por no capitalizar en el factor humano: trabajadores sanos, contentos, bien, remunerados y bien capacitados.