16 de junio de 2010

Finale prestíssimo || Esteban Garaiz

Pablo Latapí Sarre, uno de los máximos educadores de México, por decir lo menos, escribió el libro de cuyo título se toma el de esta columna, en los últimos meses de su vida, a los 82 años de edad. Un cáncer diagnosticado en fase avanzada, lo inclina a aceptar la coautoría de Susana Quintanilla para prepararlo.

De profundas y congruentes convicciones cristianas, asume, ante la noticia, “la decisión, compartida por mi esposa, de no recurrir a ningún tratamiento extraordinario (quimio o radioterapia) por dos razones. La primera y principal porque considero que he tenido una vida muy feliz y llena de realizaciones…La segunda porque quiero morir con dignidad”.

Al analizar la política educativa de la SEP, con la cual elaboró como asesor durante muchos años, el doctor Latapí distingue tres etapas. Dice que, al comenzar sus estudios educativos y de ética, sustentó sus valores en la doctrina social cristina; su concepto de desarrollo era funcionalista; lo concebía como un rezago de los países pobres, México incluido, que podía superarse cumpliendo ciertas condiciones de inversión, educación y creación de instituciones.

Pero a raíz del movimiento del 68, cayó en la cuenta de “que el funcionalismo no explicaba lo que sucedía, ni indicaba como promover los cambios necesarios”. Así es cómo aceptó “algunas posiciones marxistas o gramscianas, deslindándonos de sus contenidos dogmáticos o materialistas”. “Adoptamos –dice– las propuestas de Paulo Freire…Distinguíamos claramente entre la educación de adultos, promovida por el Estado… y la educación popular”, fomentadora de la toma de conciencia social.

Este propósito educativo “se alimentaba también de mi visión cristiana – radical”. En 1989, con ocasión del derrumbe del muro de Berlín, observa Latapí cómo se evidenció el fracaso del llamado socialismo real, pero también se acelera el capitalismo voraz y privatizador neoliberal. Así es cómo su visión de desarrollo toma un nuevo giro.

Considera Latapí en sus últimos días que “la política educativa de 1992 al presente no se doblegó a las ideas neoliberales, sino que mantuvo sus enfoques nacionalistas y populares provenientes del Artículo Tercero constitucional”. Este Artículo Tercero, recalcaba el doctor Latapí, “entre todos los demás, es el que contiene en su texto las políticas públicas de mayor trascendencia”.

No opina lo mismo de la situación actual. “Actualmente –dice– veo con esceptismo los esfuerzos que se siguen haciendo a favor de un desarrollo distinto… los gobiernos del PAN –escribe en su texto póstumo– han resultado más extremosos que los priistas en mantener una economía capitalista enteramente subordinada a los intereses del capital, a costa de los trabajadores y las clases populares. Una ligera esperanza se abre ahora con la crisis financiera global que va obligando a reconocer que el Estado debe regular el mercado mucho más de lo que antes se postulaba”.

Al final de su vida se muestra también decepcionado de la doctrina social cristiana, que conoció en sus años en la Compañía de Jesús, cuando estudiaba filosofía a la mitad del siglo XX. “A medida que fui conociendo la problemática de la desigualdad en México y los factores que condicionan las decisiones políticas, la doctrina social cristina me fue pareciendo poco aplicable a los países pobres; en el fondo es una doctrina que puede funcionar en los países europeos, de economía de mercado muy desarrollada, donde el factor trabajo está ya sólidamente constituido y representado por sindicatos fuertes para negociar con el factor capital; pero en países como México donde los pobres no tienen voz y no existe ese equilibrio de fuerzas, es imprescindible que sea el Estado el que intervenga para regular la economía”.

Tampoco es muy favorable su opinión sobre el SNTE. “Considero lamentable el maridaje público que este gobierno decidió establecer con el SNTE en pago a un pretendido apoyo electoral… es desalentador: aunque desde hace muchos años la política educativa se movía en el terreno de las complicidades necesarias entre SNTE y SEP, no se había llegado como ahora a legitimar política y públicamente el contubernio entre ambos”.

Este es el legado de un hombre congruente.
egaraiz@gmail.com

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