5 de agosto de 2010

Secreto a voces: #narcos y autoridades en #Jalisco | Rubén Martín

Las cosas en el país y en Jalisco marchan mal, pero deben estar peor cuando la captura y muerte de un capo del narcotráfico provoca más desasosiego que tranquilidad. Con el intento de captura, que devino en muerte, de Ignacio Coronel Villareal ahora se augura una mayor escalada de violencia en Guadalajara.

Todo mundo sabía que Nacho Coronel vivía en Guadalajara; incluso vecinos de Colinas de San Javier. Parece casi imposible que la policía estatal y por tanto el gobierno del estado no supieran del paradero del capo muerto a manos del Ejército el jueves pasado.

Todo indica que lo sabían, pero lo solapaban. De modo que el secreto a voces que circula desde hace al menos tres años parece ser cierto. El secreto a voces es que Nacho Coronel tenía su base de operación en Guadalajara gracias a un acuerdo, pacto o arreglo con autoridades estatales mediante el cual él podía operar su negocio de compra, distribución, producción y venta de drogas a cambio de protección y de colaborar para mantener la plaza más o menos tranquila, sin violencia desbocada; a cambio ponía su red de seguridad a disposición de la policía estatal para dar información y ubicar a grupos de sicarios y de otros cárteles del narcotráfico cuando pretendieran asentarse en la zona metropolitana de Guadalajara.

Según este secreto a voces, varias de las detenciones importantes que llevaron a cabo las fuerzas de seguridad estatales y municipales, fueron más que exitosos operativos, una muestra de la eficacia de la red de informantes y de seguridad de Nacho Coronel que avisaba a las autoridades estatales de la llegada de un convoy armado que pretendiera establecer una célula para ingresar a la plaza.

Hay un dato muy importante que no debe pasarse por alto. El operativo en el que murió Nacho Coronel fue llevado a cabo por fuerzas especiales del Ejército sin dar aviso ni participación a las policías estatales o municipales. Todo indica que los militares desconfiaban de las policías de Jalisco; a lo mejor creían que si avisaban del operativo, Nacho Coronel podría ser informado.

Este dato parece confirmar el secreto a voces de que Nacho Coronel operaba mediante algún acuerdo o pacto con autoridades locales.

Al mirar el panorama completo, hace unos tres años se puede observar en Jalisco una situación de relativa calma, violencia controlada y operativos exitosos que impedían el ingreso de los Zetas y de otros grupos del narcotráfico. Fueron los días de las declaraciones triunfalistas de las autoridades de Jalisco, aquellas que celebraban la eficaz respuesta de las policías estatales a los embates del narcotráfico. Claro, mediante este arreglo Nacho Coronel, el capo de la plaza, obtenía jugosas ganancias pues controlaba Guadalajara como un monopolio del mercado de las drogas. Por supuesto, para que el esquema funcionara, el capo debió repartir dinero para que lo dejaran actuar.

Así funcionaba el negocio en la zona metropolitana de Guadalajara mientras Ciudad Juárez, Torreón, Morelia, Cuernavaca, Zacatecas y otras regiones de sus respectivos estados entraban en una espiral de violencia desconocida hasta entonces en la historia reciente del país.

El cambio en la situación empezó a hacerse evidente al final de 2009. Fue una especie de táctica de guerra de aproximación en la que los cárteles contrarios a Nacho Coronel fueron penetrando el norte del estado (en este caso los Zetas), en Puerto Vallarta y en la región de Tequila, o desde la frontera con Michoacán hasta llegar a Jocotepec (en el caso de La Familia michoacana). Basta revisar el historial de enfrentamientos, tiroteos y ajusticiamientos para registrar estos intentos por llegar a Guadalajara.

El giro completo llegó hace unos tres meses con la noticia de que el hijo de Nacho Coronel fue levantado en Puerto Vallarta y asesinado en Nayarit. La respuesta del capo no se hizo esperar y a su vez, la respuesta de los Zetas o quienes hayan sido los responsables de la muerte del hijo del capo. Lo que siguió es ya historia conocida: se ha presentado en Guadalajara el periodo de mayor violencia en 30 años.

Vaya paradoja, un operativo que supuestamente muestra la fuerza del Estado sobre grupos que lo desafían, revela a su vez la debilidad y vulnerabilidad de los gobiernos actuales: su incapacidad para ofrecer seguridad a los ciudadanos y su dependencia de pactos y arreglos con narcotraficantes a fin de garantizar la paz pública.

En fin, otra evidencia más de la crisis de los gobiernos liberales.


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