27 de abril de 2010

Comercio reprobado || Esteban Garaiz

Ahora que todos los días se nos llena la boca con el famoso Centenario, conviene recordar que uno de los temas centrales en los que convergían todas las corrientes y facciones revolucionarias de hace 100 años era precisamente la recuperación de la autonomía municipal, a partir del repudio que sentían por los jefes políticos como instrumento de dominio y opresión por el régimen del general Porfirio Díaz y su paz autoritaria.

Tampoco podemos olvidar que, si algún rescoldo quedaba, y queda, en la cultura mexicana del sentido democrático, que nos haya llegado por la raíz española, en ese “callar y obedecer”, es precisamente el de la autonomía municipal. Ayuntamiento significa justamente ajuntamiento de vecinos, es decir gobierno desde la base, democracia directa.

El Alcalde de Zalamea, ante los abusos de las tropas del rey en su pueblo, cuando el capitán le reclama respeto, le contesta: “Con muchísimo respeto os he de ahorcar, vive Dios”; y el rey acaba respaldando al alcalde.

Igualmente, en Fuenteovejuna, el pueblo harto de las tropelías del comendador del rey, lo mata. “¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, señor. ¿Y quién es Fuenteovejuna? Todos a una”. Y el rey indulta al pueblo.

Volviendo al Centenario: la recuperación de la autonomía municipal fue un reclamo generalizado; y es importante subrayar que antes de que apareciera don Francisco Madero en la escena nacional, ya el Programa del Partido Liberal de 1906 y el periódico Regeneración de los hermanos Flores Magón incluían entre sus puntos centrales éste de la desaparición de los jefes políticos designados y la recuperación de la autonomía municipal.

Al igual que la liberación de los peones de las haciendas (las “cuatro quintas partes de los mexicanos” de que hablaba Justo Sierra); al igual que la educación gratuita, universal y laica como medio eficaz de integración nacional; al igual que los derechos laborales fundamentales, hoy hostilizados desde el gobierno (por ejemplo: Cananea, como hace 100 años). Todos estos postulados básicos, en los que coincidieron al redactar el texto constitucional de 1917.

Porque hoy, los intelectuales convocados por el gobierno al programa Discutamos México parecen, en su erudición, empeñados en subrayar los detalles de las diferencias personales: grandes, hay que decirlo, pero que no afectaban las aspiraciones compartidas de repudio al viejo régimen, que había que demoler para construir el México moderno con una sociedad nacional integrada y para todos.

El texto del nuevo artículo 115 decía el 5 de febrero de 1917: “I Cada municipio será administrado por un Ayuntamiento de elección popular directa. II los Municipios administrarán libremente su hacienda, la cual se formará de las contribuciones que señalen las Legislaturas de los Estados y que, en todo caso, serán las suficientes para atender a las necesidades municipales”.

Muchos vaivenes ha sufrido la autonomía municipal en estos 100 años cuyo ciclo conmemoramos. Cien años cuyos logros se anda ahora apropiando mediáticamente el gobierno de la florecita de la diversidad, como si no vinieran precisamente de la raíz constitucional revolucionaria: educación, salud, seguridad social, libertad de trabajo, derechos laborales.

Como ya es sabido, la hacienda municipal, para cumplir las amplias funciones edilicias hoy expresamente encomendadas a los ayuntamientos, y más en aquellos municipios de acelerado crecimiento demográfico en un país que ha pasado de 70 por ciento de población rural a 75 por ciento de habitantes urbanos, procede justo de las licencias municipales y de los impuestos prediales, que no pueden tener situaciones de privilegio. Es una terrible ironía que los que más tienen son quienes más se resisten a cubrirlos.

Nadie puede pretender ampararse en la ley para desacatarla. Ni puede haber más excepciones a su cumplimiento que las que estén expresamente previstas en el texto mismo de la ley. Un comercio que se niega a pagar impuestos es un comercio reprobado. Un estacionamiento para vehículos terrestres que quede por ley clausurado (o abierto gratuitamente), en nada entorpece las vías de comunicación aéreas.

El hombre que preside la nación reconocida como la sede principal del libre mercado, acaba de declarar en Manhattan, ante el riesgo inminente de una nueva crisis internacional, que “libre mercado no quiso nunca decir luz verde para que cada quien agarre lo que pueda”.