8 de junio de 2010

Otra vez sobre el tema: #Cananea || Esteban Garaiz

A Luis del Valle, cristiano ejemplar, que hizo del amor al prójimo la verdadera regla de su vida.

Algo está podrido en el reino de Dinamarca”. Pero andar a estas alturas proponiendo a la Comisión del Centenario el regreso de los restos mortales de Porfirio Díaz para propiciar una verdadera reconciliación entre todos los mexicanos, es francamente un soberano disparate; y no es para quedarse callado.

No hay ninguna necesidad de dudar de que quien lo propone ame a México. Ese, evidentemente, no es el tema central. Para proponer algo sensato que contribuya a la reconciliación de los mexicanos, hoy visiblemente polarizados, al igual que hace cien años, lo primero que se requiere es analizar dónde está la raíz y la causa de esa polarización: tal como hace cien años lo hicieron los hermanos Flores Magón y los demás firmantes del Programa del Partido Liberal, quienes, a partir de un crudo y certero análisis de la terrible desigualdad social que entonces imperaba en el país, propusieron las grandes medidas que se requerían para construir de verdad la nación con todos los mexicanos como ciudadanos.

El análisis partía de un elemento central: el país seguía conservando intacta la estructura colonial cien años después de su independencia y en medio de los pomposos festejos del Centenario. Seguía intocada la estructura agraria impuesta desde la conquista y el despojo de todas las tierras de los naturales dirigido por Hernán Cortes.

El uno por diez mil poseía 98 por ciento de la tierra en 1910; había en el país diez mil escuelas públicas y tres de cada cuatro niños no tenía acceso a la educación. Más de 70 por ciento de los mexicanos, en teoría ciudadanos de una supuesta república, eran peones en servidumbre, sin posibilidad de abandonar las haciendas; y, por supuesto, eran analfabetos y jamás atendidos por un médico. Ni hablar de que votaran.

Ese análisis coincidía a cabalidad con el contenido del librito México Bárbaro del periodista estadunidense John Kenneth Turner. Tenía claro que esa estructura colonial, tan terriblemente inequitativa, había durado los primeros cien años de vida independiente a causa de la Independencia Trigarante llevada a cabo por Agustín de Iturbide; y, claro, por quienes lo pusieron al frente, es decir los altos jerarcas de la Iglesia católica y los grandes terratenientes reunidos en el complot del templo de la Profesa.

Nuestro patriótico proponente, que también, al parecer, es partidario de acabar con los mitos de la historia oficial y de rehabilitar las figuras históricas de Hernán Cortés, Agustín de Iturbide y Porfirio Díaz, no puede, si es serio, hacer a un lado estos acontecimientos trascendentales, traumáticos como secuela de polio, de nuestra historia.

Honradamente no se ve cómo el retorno de unos restos, que pertenecieron al cuerpo material de un personaje (y que previamente también pertenecieron a millones de cuerpos vivos a lo largo de la historia de la tierra: vegetales, animales y probablemente también humanos) pueda ahora contribuir a la reconciliación de los mexicanos.

Porfirio Díaz (que en su vida, formalmente, nunca llevó el apellido materno; al igual que Benito Juárez) fue un valiente militar, indudablemente patriota, igualmente ambicioso, que llegó al poder republicano con la proclama de la no reelección y una vez en el poder, se olvidó de su proclama hasta que un oscuro hacendado norteño se lo recordó valientemente.

Con el afán irreflexivo de propiciar la inversión extranjera en un país descapitalizado por falta de un mercado interno (donde más de 70 por ciento no participaba en la economía monetaria, porque nunca se les pagaba en dinero), Porfirio Díaz reprimió brutalmente a los mineros de Cananea (la historia sí se repite; y no entendemos) y a los obreros textiles de Río Blanco, que cubrían jornadas de doce y catorce horas diarias. Asesinó trabajadores mexicanos a favor de intereses extranjeros.

Porfirio Díaz pacificó (a su modo) el país. Pero nunca entendió el problema central de la nación. Por eso lo arrolló la historia.

El que sí lo entendió fue su colaborador Justo Sierra; frente a los diputados federales declaró: “Pues si hay cuatro quintas partes de mexicanos que son parias, señores, esto quiere decir que hay cuatro quintas partes de mexicanos que no tienen derechos”. Ahí está la reconciliación.


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