31 de julio de 2010

#Guadalajara Rechazados de la #UdeG | Juan José Doñan #GDL



No por ser algo común que la gran mayoría de preparatorianos vea frustradas sus aspiraciones de poder cursar una carrera en la Universidad de Guadalajara, deja de ser un duro golpe para decenas y decenas de miles de jóvenes, así como para sus respectivas familias.

Para todos ellos --y para la sociedad, en general-- no es ningún consuelo que, en el preámbulo de cada ciclo escolar, se repita una historia de sobra conocida: la de una legión cada vez más creciente de estudiantes rechazados, que ven cómo se desvanecen sus aspiraciones universitarias, obligándolos a inventarse, de improviso, otra salida profesional o laboral, así sea en el subempleo.

Estas decenas de miles de egresados del bachillerato, que cuentan con un certificado de preparatoria --en la inmensa mayoría de casos, extendido por la propia UdeG--, certificado que los califica como aspirantes aptos para cursar una carrera de licenciatura, son las víctimas propiciatorias de una tipo de universidad pública cada vez más excluyente y dedicada a actividades extra-educativas.

Y esta anómala política universitaria no sólo es obra de quienes, desde hace más de dos décadas, manejan los destinos de la UdeG, sino que, a quererlo o no, también ha recibido el respaldo financiero de autoridades tanto del orden federal como del estatal, con lo cual se ha permitido que los dirigentes udegeístas, valiéndose de la “autonomía universitaria”, dispongan a sus anchas del subsidio de la UdeG.

Así es como, de manera impune, se han podido desviar cuantiosos recursos de la casa de estudios para proyectos completamente ajenos a los compromisos educativos de la institución: empresas faranduleras, turísticas, inmobiliarias, etcétera.

Un ejemplo: para la hechura, en el área de Los Belenes, del mega-auditorio que lleva el nombre de conocida empresa telefónica, los mandarines de la UdeG no sólo se gastaron más de 500 millones de pesos del erario, sino que el edificio en cuestión --incluida su área de estacionamiento-- fue construido sobre los terrenos que, hace exactamente 39 años, el gobierno federal donó a la UdeG, pero no para actividades frívolas, sino para fines explícitamente “educativos”.

Estaría demás decir el alto costo social que ha tenido esta clase de desviaciones extra-universitarias, entre las que predomina el show business, así como otro tipo de actividades excéntricas, y a las que todavía se tiene el descaro de llamar, pomposamente, “extensión universitaria”, o hasta “promoción de la cultura”.

Ahí está una parte de la explicación de por qué son rechazados siete de cada diez aspirantes que, periódicamente, hacen trámites en vano para cursar una carrera en la UdeG. Otra parte de esa misma explicación se puede hallar siguiendo la ruta de los muchos otros desembolsos que, a cuenta de la casa de estudios, han venido haciendo las autoridades udegeístas:

--El teatro Diana, que tuvo un costo superior a los 120 millones de pesos.

--El tiempo aire (de varias horas a la semana) que se le compra, desde hace cerca de diez años, a Televisa Guadalajara, y que a estas alturas ha representado, para las finanzas de la UdeG, una erogación acumulada de cientos de millones de pesos.

--Zapo¡pum!, que, según los jeques universitarios, estaba llamada a ser la mejor feria de México (por encima de la de San Marcos), pero que acabó siendo un estruendoso fracaso, y acumuló un déficit de varias decenas de millones de pesos.

--La Feria Internacional del Libro que, contra lo que han dicho sus dirigentes, siempre ha sido una empresa con pérdidas económicas, cuyo déficit se subsana con recursos públicos, incluidos los de la propia UdeG.

--La compra de la franquicia de El Tapatío, por la que se pagó al empresario Jorge Vergara más de un millón de dólares, con el fin de resucitar a los desdentados Leones Negros, equipo que, desde el torneo pasado participa, con sobrada pena y nula gloria, en la llamada “liga de ascenso” del futbol profesional, la Primera División A.

--El Festival Internacional de Cine en Guadalajara --originalmente, Muestra de Cine Mexicano-- y que, desde hace veintitantos años, ha representado también un gasto multimillonario tanto para las arcas universitarias como para otras instituciones y dependencias públicas.

--Y el campus de la UdeG en Los Ángeles, California, dizque para atender, in situ, a los jalisciense que migran hacia los Estados Unidos; un proyecto demencial con el que las autoridades udegeístas se quieren presentar como campeonas en uno de los deportes más absurdos: ser candil de la calle y oscuridad de la casa.

En toda esta variedad de ocurrencias ha ido a parar buena parte del subsidio público de la UdeG; subsidio que, en circunstancias racionales, no debiera empelarse en proyectos descocados y frívolos, sino en mejorar la calidad educativa y en ampliar la rezagada matrícula de la institución que, cada semestre, deja fuera al 70 por ciento de quienes aspiran a cursar una carrera en la universidad de Jalisco, que opera con el dinero de los contribuyentes y, por lo mismo, debería emplearse con toda responsabilidad.


Juan José Doñán

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