27 de julio de 2010

Tabacotráfico y crimen organizado || Esteban Garaiz

Quienes quieran entrar, en serio, al análisis y debate ciudadano sobre el éxito o fracaso de la lucha calderónica al crimen organizado (que él llama guerra, o sea suspensión de garantías), tiene que empezar por observar el trato diferenciado que el Estado ofrece al tabacotráfico, al tequilatráfico y al narcotráfico, por problemas de salud afines.

Marlboro, Phillip Morris, Faros, Raleigh, o Delicados, “envenenan a nuestra juventud”, femenina o masculina, tanto como lo hacen los narcomenudistas de barrio. Los gastos en salud pública ocasionados por el consumo de tabaco son notoriamente muy superiores a los dineros que destina el Estado como consecuencia del consumo (subrayo: del consumo) de narcóticos o su adicción.

Sin embargo, quienes producen tabaco, o lo venden en expendios elegantes, supermercados o en el tabacomenudeo de las tienditas de barrio, son ciudadanos, o empresas, productivas respetables y contribuyentes al fisco. A regañadientes o no, publican las advertencias sobre las nocivas consecuencias a la salud.

La Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas, año con año emite las cifras en materia del consumo de tabaco: mueren más personas en el mundo por el tabaquismo que por drogas y alcohol juntos.

Sin embargo, no hay descabezados por el tabacotráfico, ni crimen organizado con armas largas, ni casas de seguridad, ni sicarios contratados entre los desertores del ejército mexicano o entre los kaibiles guatemaltecos, ni terror social. Aunque sí hay cabildeo en las cámaras federales, desde que el Legislativo se independizó del Ejecutivo, ahora ya no somos democráticos (o lo que sea).

Ahora el secretario de Salud José Ángel Córdova propone, prudentemente, un impuesto especial de diez pesos por cajetilla, para poder destinarlos a atender las dos secuelas más serias del tabaquismo: cáncer y enfisema.

Lo mismo, toda proporción guardada, ocurre con el tequilatráfico: Cuervo, Sauza, Orendain, González y demás (o lo que queda de ellos después del arribo de Seagrams) son familias y empresas honorables, productivas y contribuidoras al fisco. Además de formar parte de las mejores tradiciones de la cultura nacional. Nada que ver tiene que se dediquen al mismo giro productivo que Al Capone y otros gangsters de Chicago allá por los años de 1920-30 cuando la prohibición.

El narcotráfico, por su lado, es un fenómeno económico y social, además de que la adicción es un severo problema de salud pública, que en la lógica no tiene que ver ni tiene por qué estar racionalmente vinculado con las armas largas tolerantemente importadas. Son dos fenómenos desvinculados.

Las bandas armadas derivan de dos elementos conjugados: es un negocio altamente lucrativo, y por otra parte, está prohibido y perseguido por la Ley. Eso genera dos consecuencias complementarias: corrupción y violencia (como en el Chicago de 1920).

Todo esto también tiene su historia. Hubo tiempo en que incluso se propició la producción de narcóticos en tierras mexicanas: hipócritamente, sin cambiar las prohibiciones. Había que alicientar a los patriotas que luchaban por la democracia defendiendo a su país en otras latitudes como Corea y Vietnam.

El narcotráfico tipificado en la ley se incluye entre los delitos contra la salud. Se refiere a que propicia la adicción a las drogas y estupefacientes, dañinos a la salud. Los otros delitos como portación ilegal de armas, homicidios, pertenencia a banda armada, y demás, no están jurídicamente vinculados con él más que por el hecho de ser uno y otras claras violaciones a la ley.

Para un análisis correcto, que nos lleve a un adecuado diagnóstico, que conduzca a los gobernantes a correctas decisiones en el tema central, es absolutamente necesario que la visión sobre la narcoadicción y sobre el narcotráfico (o sea el comercio de drogas), se compare con sus similares y afines el tabaquismo y el tabacotráfico (o comercio legal de tabacos); y también con el alcoholismo, como problema de salud, y con el comercio legal de bebidas alcohólicas.

La violencia atroz que hoy sufrimos no está ligada necesariamente ni con la adicción (que el Estado debe desincentivar, como problema de salud), ni con el comercio lucrativo, que se sigue de la demanda. La violencia que hoy sufrimos procede de ser una actividad altamente lucrativa que está prohibida por la ley.

Por supuesto, hay un tercer ingrediente que atiza el fuego, es la voracidad y corrupción de ambos lados que propicia la importación masiva e ilegal de armas de alto poder, para impedir que el Estado haga efectiva la ley contra el narcotráfico.

Ya verán los gobernantes si prefieren la táctica de José Ángel Córdova o la de Chicago.

egaraiz@gmail.com

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