24 de septiembre de 2010

Comadres a disgusto || Juan José Doñán #Jalisco #UdeG






No deja de ser curioso que el gobierno de Jalisco y el grupo que tiene el control sobre la Universidad de Guadalajara se valgan del mismo argumento para defender sus posiciones antagónicas. Ambos grupos --en pugna, desde hace meses, por la exigencia de los mandos universitarios para obtener una mayor ampliación presupuestal-- coinciden, al menos de dientes para fuera, en que los jóvenes jaliscienses tienen el derecho a una educación superior de calidad.

Pero mientras la dirigencia udegeísta dice que ese derecho no se cumple satisfactoriamente porque la universidad pública de Jalisco no recibe el subsidio suficiente por parte del gobierno estatal --y en concreto de la administración de Emilio González Márquez--, el Ejecutivo del estado alega que el problema no es la escasez presupuestal, sino el uso inadecuado que los dirigentes de esa institución hacen de los fondos públicos que llegan a las arcas universitarias.

Lo inadecuado, según la versión gubernamental, consiste en usar parte del presupuesto y de los recursos de la UdeG para actividades ajenas a lo que es el objetivo primordial de una institución universitaria.

Así, en vez de aplicar el subsidio y el patrimonio de la casa de estudios para ampliar la matrícula y mejorar los servicios educativos, a las autoridades de udegeístas se les acusa --y no sin razón-- de haber venido distrayendo una parte considerable del dinero y otros bienes de la universidad pública de Jalisco para actividades, empresas y negocios que poco o nada tienen que ver con las tareas educativas.

Ése es el caso de conocido megauditorio, cuya construcción superó los 500 millones de pesos, y fue edificado sobre terrenos que, hace ya cuatro décadas, el gobierno federal donó a la UdeG, pero para fines explícitamente educativos y no para las actividades frívolas que se suelen presentar en ese sitio, así como en otros inmuebles de la UdeG como la Calle 2, también en el área de Los Belenes, donde se acostumbra vender alcohol y se presentan espectáculos indignos de una institución universitario, espectáculos como el que habrá de tener verificativo en los primeros días del mes entrante: Sex Entertiament, cuya publicidad lo anuncia, ahora mismo, como “El evento de sexo más ardiente del mundo”.

A quererlo o no, con este tipo cosas los jeques de la UdeG han dado pretexto plausible no sólo para que el Ejecutivo del estado les regatee --y eventualmente hasta les niegue-- las ampliaciones presupuestales que reiteradamente solicita, sino incluso para que integrantes de la propia comunidad universitaria --como es el caso de quien ahora se dirige al auditorio de Radio Metrópoli-- no se identifiquen con esta forma de conducir a la UdeG y prefieran tomar distancia de sus autoridades.

Y aquí llegamos a otro punto: la muy cuestionable representatividad --incluida la legitimidad-- de las personas que regentean la universidad pública de Jalisco. Por más que se le llame con el abusivo título de “Universidad de Guadalajara” a algo que es sólo una parte --y muy pequeña, por no decir diminuta-- de la institución, como es el caso de sus dirigentes, lo cierto es la UdeG es una realidad muchísimo más vasta, plural y compleja que su cúpula directiva.

Más aún, quienes controlan a la UdeG ni siquiera representan a cabalidad a la comunidad universitaria, pues son legión los académicos, estudiantes y trabajadores administrativos que no se sienten representados por autoridades impuestas. Porque, hay que decirlo, al grueso de integrantes de la comunidad universitaria udegeísta se le niega el derecho de elegir a sus autoridades, comenzando por el rector y siguiendo por los integrantes del Consejo General Universitarios, para cuya elección hay candidatos únicos, designaciones verticalistas, etcétera.

Y de lo anterior, se deriva otra cosa no menos grave: por no tener voz ni voto, la opinión de la comunidad universitaria no es tomada en cuenta en las grandes decisiones y proyectos de la UdeG.

Así, a espaladas de la comunidad universitaria, los jeques de la UdeG decidieron gastar 120 millones de pesos en el teatro Diana; desembolsar más de un millón de dólares para comprarle a Jorge Vergara la franquicia del equipo de futbol El Tapatío, y entre otros abusos, cambiar la vocación de la reserva territorial de Los Belenes.

A principio de los años setenta, ese predio --que originalmente tuvo una extensión que sobrepasaba las 170 hectáreas-- fue entregado por parte del gobierno Luis Echeverría a la Universidad de Guadalajara, con una cláusula que a la letra decía que sólo podría ser utilizado para fines educativos.

¿Y qué es lo que ha pasado? Pues que ya se construyó ahí conocido mega-auditorio, cuya vocación es el show business, y que se planea hacer otro tanto con un complejo comercial, dos hoteles y, entre otros negocios, un desarrollo inmobiliario de lujo. Y los jeques de la UdeG todavía tienen el descaro de llamar a esa grosera aberración “Centro Cultural Universitario”, cuando se trata de un vil engaño de lo que es y debe ser una universidad, máxime cuando se sostiene con el dinero de los ciudadanos.

Sin embargo y como si estuviéramos en la hora de los cínicos, tanto funcionarios del gobierno de Emilio González Márquez como los jeques de la UdeG, que andan como comadres disgustadas, hablan --de dientes para afuera, claro está-- del gran respeto que les inspira la comunidad universitaria y que es muy lamentable que, por culpa de otros y no de ellos, los jóvenes de Jalisco tengan un acceso tan limitado a la educación superior. ¡Qué poca abuela!

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