22 de noviembre de 2010

La crisis del Seguro Social || Pablo Gómez Senador

La crisis del IMSS no se debe a un exceso de gasto, a pesar de la corrupción que por lo visto existe. Los servicios médicos, de guarderías y otros podrían ser mejores pero los ingresos del instituto no crecen a la velocidad requerida. El encarecimiento de los servicios de salud es algo mundial. El problema mexicano específico tiene que ver con el poco crecimiento del número de asegurados y, por tanto, de cotizantes, y con las relativamente bajas cuotas que se pagan.

La reforma de las pensiones –que le costó al gobierno federal más de un punto porcentual del PIB anualmente y hasta la fecha—no fue una verdadera reforma progresista en tanto que los jubilados se quedaron en su inmensa mayoría con la pensión mínima que en México es una miseria. Además, las llamadas afores son un inmenso negocio pero son también socialmente inviables en tanto que siempre habrá un costo fiscal. Este problema se ha hecho estructural de tal manera que las jubilaciones mexicanas son un factor de reducción de la demanda y, por tanto, del mercado interno en la medida en que la gente, al jubilarse, reduce demasiado su consumo.

Los servicios médicos, al encarecerse por efecto del envejecimiento de los derechohabientes y la sofisticación de los instrumentos de diagnóstico, requieren mayores gastos operativos y de inversión. La solución no puede ser otra que el incremento de las cuotas. El problema consiste en quién va a pagar: patrones, trabajadores o gobierno. La solución tendría que ser, en un plano realista, que los patrones paguen mayores cuotas y que se impida la simulación en muchas empresas de tal manera que todo mundo pague. No podrían los trabajadores hacerse cargo de este problema porque sus salarios son bajos. El gobierno, por su parte, no tiene dinero. Así que no hay más que volver al sistema de cuotas patronales de antes.

En realidad el gobierno no debería tener que hacer aportaciones al IMSS sino llevar las cosas hacia un equilibrio financiero. Ahora bien, la propuesta de un sistema de servicios de salud para todos es la mejor. Para ello, sin embargo, tendría que establecerse un sistema fiscal nuevo, a través del cual, con impuestos progresivos, justos y efectivos, todo mundo hiciera aportaciones. Es evidente que en un país donde los ricos se llevan la parte grande del ingreso, ellos tendrían que hacer la mayor aportación, no sólo porque tienen más sino debido a que los pobres –la absoluta mayoría—necesitan su ingreso para comer mientras que los ricos ahorran la mayor parte pero no necesariamente lo invierten de manera productiva.

En este mismo sentido, un sistema de salud universal tendría que partir de que, en México, los mejores y los peores centros de salud y hospitales son los públicos. Se tendría que igualar la calidad desde la clínica hasta la atención hospitalaria de tercer nivel, pero el gobierno de Calderón está pensando en un sistema de privatización de la medicina de tal manera que las personas asistieran a la clínica o al hospital que quisieran –en los hechos, que pudieran– mediante un sistema de seguro con base fiscal, con lo cual se promovería el negocio de la medicina y no la atención médica que requiere la sociedad en general.

México no podría incorporar los actuales hospitales privados a un sistema de medicina pública. Eso es imposible debido a los altísimos niveles de ganancia de la atención hospitalaria privada. Entonces, es absurdo estar pensando en que en el plano de la clínica y del hospital privados pudiera funcionar un sistema de atención médica universal. Tendría que ser una institución enteramente pública, sin subrogaciones ni otras corruptelas, la que fuera construyéndose como se construyeron el Seguro Social y el ISSSTE, pero ahora para todos los mexicanos y mexicanas. Ah, y los médicos deberían ganar mucho más que ahora.


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