25 de agosto de 2010

Migrantes, viaje al infierno del secuestro “¡Somos Los Zetas y éste es un secuestro!”

Mientras Felipe Calderón gasta millonarios recursos en la guerra contra el narcotráfico y militariza el país, Los Zetas hacen del secuestro de migrantes uno de sus negocios más lucrativos. La boyante industria que “los de la letra” despliegan de frontera a frontera es otra evidencia del fracaso del gobierno federal

El hondureño Lester Flores lleva el terror pintado en el rostro y en una mejilla que se libró de ser herrada con la grafía de Los Zetas. El treintañero se escarba la nariz tratado de eliminar el olor a piña madura incesante que se le cuela por las fosas nasales y le provoca una profunda náusea. Escarceo fallido porque el hedor dulzón sólo está en su mente para machacarle ocho días de secuestro, la segunda vez en la vida que le rozó la muerte.


En 2005 salió por primera vez de Tegucigalpa empujado por el hambre, como antes salieran todos sus hermanos. Familiarizado con las maras –MS13 y MS18–, que desde las cárceles de Tegus y San Pedro Sula controlan los barrios, se topó con ellas en el ferrocarril de carga Chiapas-Mayab, que cubre la ruta Tapachula-Coatzacoalcos. En el asalto, el marero lo arrojó a las vías y Lester quedó mutilado. Regresó a casa con una pierna de plástico, pero una vez que aprendió a andar, salió de nuevo.

En febrero pasado llegó a Ixtepec, Oaxaca. Al ocaso del día 14, escuchó la temida advertencia que ha precedido a la muerte de tantos paisanos sepultados en terruño mexicano: “¡Somos Los Zetas y éste es un secuestro!”. Todos armados, en cinco minutos el escuadrón controlaba el vagón y a los 23 indocumentados. Los comandaban el Negro y el Borrego, supuestos Zetas a quien numerosos migrantes identifican como cabezas del grupo que ejecutan los secuestros en el tramo de Tabasco a Veracruz.

Entre las siete y las 10 de la noche secuestraron a otros 27 migrantes. Subieron a 50 en un camión de redilas y se los llevaron rumbo a Coatzacoalcos. A medida que el carguero trastabillaba entre la terracería y el pavimento, por las rendijas Lester alcanzaba a ver los extensos piñales; comprendió el penetrante olor a fruta fermentada y la melaza en las paredes del camión. Entre el suave sonido de los insectos nocturnos, perplejos de espanto, los migrantes escuchaban a sus captores recibir y dar instrucciones por radio y celular.

A mitad del camino los paró la migra. Tres agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) con sus uniformes azul marino levantaron el toldo.

—¿Cuántos van?

—Cincuenta –respondió el Negro. El oficial garabateó en una libreta, asintió y bajó la cubierta. El camión reanudó la marcha. Los llevaron a una casa donde había otros 20 indocumentados. Los secuestradores esculcaban la ropa, exigían nombre y teléfono de quien pagaría el rescate, confirmaban ladas a Estados Unidos, de los celulares llamaban a Centroamérica.

—No tengo quién responda por mí –dijo Lester con la voz quebrada mientras rememoraba que sus cuatro hermanos, albañiles en Nueva Orleans, hace tiempo están desempleados. En realidad los secuestradores tenían otros planes para él: lo usarían como distribuidor de droga. “Con la pata tunca ni quién sospeche de éste”, decían.


Fue testigo del desgarrador suplicio de las mujeres violadas tumultuariamente, de la ejecución a machetazos de quienes se negaron a recordar el teléfono de los familiares o de quien no pagó el rescate. Como la mayoría, enfermó por las condiciones insalubres y la rala ingesta de agua y tortillas, condimentada con drogas.

Un día, mientras Los Zetas participaban en un enfrentamiento, los salvadoreños rompieron puertas y ventanas y emprendieron la fuga. Al paso, Lester escapó con ellos. Una patrulla de la policía estatal los levantó a las afueras de la colonia. “Les pedimos que nos llevaran a la casa del migrante, pero se fueron siguiendo una hilera de lujosas camionetas. ¡Eran también de Los Zetas! Oímos que el copiloto hablaba con ellos por celular, les decía que éramos 12, que le dieran 100 dólares por cabeza. Entendimos que nos estaban vendiendo y nos tiramos de la patrulla”.

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